Camino de regreso a nuestra mesa, cargando un café en cada mano. El de Victoria es un cappuccino grande de vainilla, doble shot de espresso sabor chocolate, un sobre de Splenda y uno de Stevia esmeradamente mezclados, preparado con leche de almendras, pero con espuma de leche entera sobre la cual agregué una pizca de canela y en el que el barista que dibujó un corazón siendo atravesado por una flecha de Cupido. El mío es un café americano.
Skinny Love de Bon Iver suena desde las bocinas de la serena cafetería. Llego a la mesa, pongo la taza de Victoria frente a ella y le planto un beso en la mejilla. Mi novia se ríe de algo que acababa de leer en su teléfono, algún mensaje de texto o fotografía graciosa. Mientras tanto yo tomo el asiento de su lado, frente a nuestro amigo Abel.
—Este lugar es muy bonito. Me encanta la decoración —dice Mariana mientras admira las pinturas abstractas colgadas en las paredes a nuestro alrededor y las deslumbrantes luces de navidad en el techo.
—Cuando tengamos nuestra casa te pondré a cargo de decorar. Mi trabajo será arreglar las cosas que rompas y martillar clavos en los lugares que no alcances —dice Abel.
Mariana gira su cabeza hacia él. Abel, captando las señales, la imita y le planta un beso de piquito en los labios. El noviazgo entre esos dos inició hace tanto tiempo atrás que casi por seguro aparecerá en la próxima edición de los libros de historia. Los de preparatoria, por supuesto. Muchos de los detalles de su unión no son aptos para la primaria.
Victoria sonríe sin levantar la mirada, le da un sorbo a su café y continúa tecleando en su pantalla. Pongo mi brazo alrededor de ella.
—Este es un lugar especial. Aquí tuvimos nuestra primera cita —les informo.
—Qué lindo. ¿Tú lo escogiste, Victoria? —pregunta Mariana.
Mi novia levanta su rostro y observa a Mariana por un instante antes de responder. Me encanta llamarla de esa manera. Mi novia. Mi novia. My Girl por Nirvana. Mi novia. Mía.
—Darío fue quien lo escogió —le responde.
—Necesitaba el lugar perfecto para impresionarla. Funcionó —digo.
—¿Cuánto tiempo llevan?
—Cuatro meses y contando.
—¿Es enserio? ¿Y ya viven juntos? —pregunta Abel, quien sostiene su taza humeante con ambas manos.
Me encojo de hombros.
—Cuando lo sabes, lo sabes.
Todos sorbemos de nuestras respectivas bebidas. Victoria se ve hermosa con sus mechones dorados de cabello rizado rebotando como resortes cada vez que mueve la cabeza. Sus ojos son café claro, hipnotizantes, sus mejillas sonrosadas y su figura digna de ser tallada en mármol por los maestros del renacimiento. No se me ocurre por qué está conmigo, sólo sé que soy el hombre más afortunado de este planeta sino es que de la galaxia. Como mínimo de este sistema solar. La canción se termina y con un zarpazo a las cuerdas de una guitarra acústica Ho Hey de The Lumineers comienza a sonar.
Cuando Victoria baja su taza, noto que una fina línea de espuma se asentó en la parte superior de su labio. Tomo una servilleta y acerco mi mano para limpiarla. Ella se me adelanta y se limpia con la manga de su suéter púrpura. Baja la vista hacia su teléfono una vez más y antes de que yo pueda divisar lo que la tiene tan entretenida, la pantalla se torna completamente oscura.
—Fue un placer conocerlos, pero me tengo que ir a hacer unos mandados —dice Victoria y comienza a levantarse.
—¿Qué cosa tienes que hacer, amor? —le pregunto.
—Son cosas del trabajo, nada más.
—¿Quieres que te acompañe?
—No, cómo crees. Quédate aquí con tus amigos. Vinieron tan lejos para visitarte, no los puedes abandonar así como así. Yo te veo en el depa.
Le sonrió. Mi novia es la mejor, tan comprensiva a independiente. Se despide de Mariana y Abel con una sacudida de la mano que no sostiene su teléfono. Luego se inclina para que le de un beso en la mejilla. La observo alejarse y desaparecer tras la salida de la cafetería, todo mientras God Only Knows por The Beach Boys suena en mi cabeza; para mí eso es ella, una canción reminiscente a un amorío de verano, excepto que lo nuestro recorrerá todas las estaciones y no nos separaremos cómo los Beach Boys lo hicieron en 1977.
—Ya me dejaron de mal tercio —les digo a Mariana y Abel, aunque no me molestaba en realidad. No los había visto desde que nos graduamos de la carrera dos años antes. Ambos habían volado desde Ciudad de México a Guadalajara esta misma mañana y se tomaron el tiempo para acompañarme por un café para conocer a Victoria —. Bueno pues, ya díganme.
Cruzaron sus miradas.
—¿Decirte qué cosa?
—¿Cómo que qué cosa? No te hagas bruto. ¡Díganme qué piensan de Victoria!
—¡Ah! Pues como que no te quiere —responde Abel.
Casi escupo mi café en su cara. Mariana le da un manotazo en el hombro y él la mira como si no sabe lo que hizo. Es que en realidad nunca lo sabe.
—Lo que quiso decir es que no parece que sea muy afectiva —dice Mariana.
—Pero es que sí lo es. Ella es muy cariñosa y romántica. Nomás que ahorita está muy distraída —argumento —. Ella es buena conmigo. Buena para mí.
—Por seguro, así parece. Te ves muy feliz. Solo digo que no te apresures —dice Abel.
—¿Tan iluso te parezco? ¡No chingues!
—Llevan de novios 4 meses y ya viven juntos —argumenta Mariana—. Ya ni nosotros.
—Es que eso era necesario. A Victoria la corrieron de su casa, no tenía a dónde más ir.
—Tú pagaste por su café, ¿no es cierto? Ni las gracias te dio —dice Abel.
—Sí, pero yo pago por todo y ella sabe que no me tiene que agradecer.
—También pagas la renta —dice Mariana.
—El depa es mío.
—¿Los servicios?
—Ya los pagaba desde antes.
—¿Su teléfono?
—Temporalmente.
—¿Su coche?
—Usa el mío.
—¿En las citas pagas tú?
—Porque quiero. Es de caballeros.
Ninguno me mira a los ojos. Percibo un extraño aire de condescendencia, incluso lástima de su parte. Ellos no saben todo lo que Victoria hace por mí, están ciegos a sus cientos de virtudes, no aprecian el sonido cautivante de su voz ni imaginan las noches de pasión que hemos compartido. La cafetería es ahora inundada por las percusiones explosivas de Rebellion por Arcade Fire.
—Piensan que me está usando.
—Ninguno de nosotros dijo eso.
Aprieto mis nudillos. Cuanta traición inadvertida. Dos personas a las que tanto admiré por su sólida unión, ¿Quién diría que quisieran resguardar el placer tan sólo para ellos?
—¡Me puedo cuidar sólo! —exclamo más fuerte de lo que me propuse. Las personas a nuestro alrededor nos observan en un intento fallido de discreción.
—Te creemos, está bien. Tranquilízate. Sólo nos preocupamos porque te queremos. Hay gente aquí que te quiere, Darío —dice Mariana.
—Ya me voy —les digo y me levanto.
—¡No seas así! —reclama Abel, pero ya estoy de camino a la puerta.
Me subo al primer taxi que encuentro y miro por el retrovisor para asegurarme que no me hayan seguido. Está sonando una asquerosa estación de música Banda. Pido que le cambien y el taxista me dice que le señale cuando quiera que se detenga:
….Bittersweet Symphony por The Verve….Golddigger de Kanye West…Every Breath you Take por The Police…One de U2. Todo lo que quiero en este momento es serenar a Victoria con Make You Feel My Love. La versión de Bob Dylan, pues me es imposible alcanzar los agudos de Adele.
Al llegar a nuestro departamento mi novia ya está ahí. Entro a nuestra habitación; su ropa está tirada en el suelo y escucho el sonido de la regadera. La música también suena en nuestro hogar desde un anticuado tocadiscos que tengo más por decoración que por conveniencia, aunque admito encontrar placer en escuchar los antiguos discos de vinyl. La canción es The Chain por Fleetwood Mac.
—¿Ya tan rápido de regreso? — Victoria me pregunta desde el baño.
Apresuradamente me comienzo a desvestir. Seguro que a ella le encantará que sea romántico y espontaneo.
—Sí, me aburrió la plática.
Antes de meterme al baño para sorprenderla recojo un calcetín que debí dejar en el piso antes de irnos. Los pongo junto con el resto de mi ropa y tiro todo en el canasto. La pista cierra y comienza una nueva. Todo el disco, titulado Rumours, es una celebración al romance. Se volvió la pieza más famosa de esa banda setentera y puedo imaginar por qué.
Después de todo, las canciones románticas nunca mienten.