No puedes verme. Soy prismático; por mi cuerpo la luz permea; los fragmentos recorren el mismo aire que barre mis palabras. Para ti soy invisible, mi voz espectral y mi presencia hipotética.
Te observo lejano. Añoro tus ojos glaciares; tus brazos son montañas; tu sonrisa una centella que se esfuma en un parpadeo. Eres fuerza, vida y paz. Esplendoroso ecosistema.
Desde tu banca contemplas el aula. Tu mirada sobre mí no titubea. Me comprimo en mi asiento. Soy diminuto e intangible. Tanta gente a nuestro alrededor y sólo puedo verte a ti.
Deseo acercarme. Añoro que me percibas. Idealizo lo improbable en esa aspiración utópica. Tú siendo tú. Yo siendo yo. Nosotros. Entrelazados, cuerpo y alma sin prejuicio alguno.
Te vi por primera vez rondando estos pasillos. Pequeñuelos en ese entonces. Desinteresados. Ahora somos jóvenes. La edad de la punzada nos ha apañado y a mí con ella la apetencia corpórea.
¿Quiero esto? ¿La sed doliente? ¿La vergüenza? ¿El espectro del rechazo que sobre mí deambula?
El peligro acogido en un deseo irracional.
Me levanto. Doy un paso adelante. Todo aquí, todo ahora. Tu mirada en mí se planta, tus ojos me atraviesan. Soy prismático, recuerdo y sobre mis talones doy la media vuelta mientras la pena me consume.
Aún no me ves. Mejor que sea imposible. Que se conserve platónico y no ilumine la infatuación agonizante de un muchacho hacia otro.