
Por Jorge H. Haro
Despiertas antes que tu alarma, gruñendo y desanimado. Aborreces el prospecto de salir de entre la cálida seguridad de las sábanas.
Arrastra los pies hasta el baño y descarga tu vejiga, la cual te negaste a desembocar la noche anterior, porque cruzar las piernas e ignorar el problema es preferente a arriesgarte a perder el sueño. Salpica agua en tu cara para recibir esa momentánea carga de energía.
Pasa a la cocina e inspecciona repetidas veces los contenidos del refrigerador, antes de resignarte por la leche y el cereal de fibra, mismo desayuno que la mañana anterior.
Ya se te hace tarde. Con la boca llena de hojuelas añejas, corre a cambiarte. Recoge el pantalón del pie de tu cama, olfatéalo antes de deslizar ambas piernas adentro y subir la bragueta. Abotona la camisa y ponte la corbata. Apriétala y procura no pensar en el significado…
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