Salí silbando serenamente, solo, sediento de sabiduría. Subía a zancadas, sobre mis sandalias salpicadas de seco sedimento, el Sendero Sagrado de San Sebastián, subido sarnosa y serpenteante.
Sucede que un sábado de septiembre, sonsaqué de Salomón la sede del Sabio: la cima de la zigzagueante senda somnolienta.
Severa subida, el Sendero Sagrado de San Sebastián, supuse, sepulta secretos de sueños y suspiros. Seguí certero, saltando sinergéticamente en sintonía de los sonetos de sinsontes sobre sauces sollozantes. Sacaría del Sabio los secretos sobrados, y superaría a los superdotados.
Senté sandalia sobre la cima solitaria. El Sabio, sentado soberbiamente, secretaba superioridad.
— Sos superó el sendero — susurró — sentaos y se sujeto a siglos de sabiduría.
Suspiré sosegado, suelto y satisfactoriamente saciado.